viernes, 19 de marzo de 2010

Miguel Delibes y el aborto

Con motivo del fallecimiento del "nobel emérito" Miguel Delibes, el diario
ABC ha publicado en su tercera un artículo del que se sentida satsfecho
el escritor:


ABORTO LIBRE Y PROGRESISMO

Por dos veces este artículo de Miguel Delibes mereció los honores de la Tercera de ABC La primera de ellas en 1986. De él se sentía el autor particularmente satisfecho. Hoy, en homenaje al gran novelista desaparecido y a la actualidad del asunto que desarrolla, volvemos a reproducirlo.

En estos días en que tan frecuentes son las manifestacio­nes en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un gri­to que, como una exigencia natu­ral, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras deci­dimos». En principio, la reclama­ción parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inani­mado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto és, parte interesa­da, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida sue­le basarse en todas partes en razo­nes éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y debe­res desde el instante de la concep­ción. Yo creo que esto puede llevar­nos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara : el óvulo fecundado es Miguel Delibes, algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda proba­bilidad llegará a serlo del todo si los que ya dis­ponemos de razón no truncamos artificialmen­te el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino in­terrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razo­nes que sea. Lo importante en este dilema es que el feto aún carece de voz, pero, como pro­yecto de persona que es, parece natural que al­guien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.

La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto co­mo un conflicto entre dos valores: santidad y li­bertad, pero tal vez no sea éste el punto de parti­da adecuado para plantear el problema. El térmi­no santidad parece incluir un componente reli­gioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, con­vendría buscar otros argumentos ajenos a la no­ción de pecado. En lo concerniente a la libertad, habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo li­bertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exi­gir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la mis­ma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.

Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebi­ble un progresista antiabortista. Para éstos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire.

Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro fren­te al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia.

En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto en cadena, libre, y con el la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podría recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

Miguel Delibes

de la Real Academia Española


domingo, 7 de marzo de 2010

El sentido de la Cruz

Pedro Sarmiento es un salesiano, que el pasado 28 de Febrero nos dio una
charla sobre el sentido de la Cruz.
La traigo aqui en forma de video, en tres parte para que tenga cabida.








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