El Padre Garralda dedicó 30 años a visitar las cárceles.
He aqui un testimonio de fe:
"Nadie la quería,
y me la he traído comigo"
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El padre Garralda, jesuita, lleva más de 30 años acompañando a los presos, viviendo con ellos, ayudándoles a salir adelante. Así empezó todo: «El Evangelio lo que dice es que Cristo está con los pobres, así que me fui con ellos. Estuve en un poblado viviendo con ellos. Allí una vecina cayó presa y me pidieron que fuera a verla». De su primera impresión sólo le sale repetir una palabra: «Flotando, flotando. No tenía ni idea de lo que era la cárcel. Un día, nada más llegar, hubo una reunión del equipo de tratamiento. Yo no tenía ni idea de lo que era aquello, y allí la directora me dijo: Padre, ¿quiere dar clases de francés?Yo dije: No. Y ella: ¿ Y clase de matemáticas?y yo dije: No. Y ella: ¿Quiere ayudar con los deportes? Y yo: Tampoco. Entonces ella se indigna: Entonces, ¿a qué viene usted aquí? ¿A decir misa nada más7. Y yo le respondí: ¡Ynada menoslY así empecév
En estos 30 años, ha seguido un itinerario que le ha llevado a conocer de cerca una realidad que pocos quieren tener en cuenta: pobres, drogadictos, sin techo, inmigrantes sin papeles, y luego con los niños de todos ellos. Gracias a su experiencia ha puesto en marcha la Fundación Horizontes abiertos: «Nuestro objetivo son los marginados , los preferidos por el Señor».
El padre Garralda tiene una visión distinta de la cárcel de la que puede tener una mirada desde fuera dominada por el miedo. «La cárcel -afirma- es una maravilla.
Ha cambiado mucho, para mejor, se está haciendo un esfuerzo enorme, pero la sociedad no acaba de convencerse de ese esfuerzo. Es reacia; pensamos: si está en la cárcel es que es malo. La sociedad es tremendamente injusta con el preso, porque el preso que sale lo hace porque ha pagado su pena. Parece que, cuando salen, llevan la palabra preso escrita en la frente.
La sociedad persigue al preso, y éste sale ya con una situación difícil, con poca fuerza, sin futuro. Mientras la sociedad sea tan dura y los católicos no tengamos un sentimiento real de acogida para con los presos, el que no tiene donde agarrase se queda en la calle. El problema de la cárcel hoy es la sociedad. Tiene que implicarse más, y los católicos deben dar aquí el do de pecho; hay que unirse a nuestros hermanos, porque Cristo lo dijo: Estuve preso y me visitasteis.
El preso es hermano nuestro y Cristo nos lo encomienda especialmente». Y termina con un aldabonazo: «Si la Iglesia católica destacase seriamente por su caridad, el mundo creería. La cárcel es terreno abonado, ¿pero dónde están los evangelizadores?»
El padre Garralda habla de la cárcel con pasión, y dice sin rubor que es el terreno de Dios: «He oído bastantes veces en medio de una Eucaristía: Doy gracias a Dios por haber venido a la cárcel, porque aquí he conocido a Dios. Yo a los presos les digo: Mira, te voy a
enseñar a rezar. Y me dicen: Que yo no tengo cabeza. E insisto: Cuando estés "chapao", en tu "chabolo", solo, por la noche, cierra los ojos y di una sola palabra: "Padre". Y Dios estará contigo allí. Las misas en la cárcel son impresionantes. Llegan allí con sus barbas, sus problemas, comulgan... ¡Es el terreno de Dios! Siempre que voy allí, no tengo problemas para hablar de Dios. La cárcel es muy dura para evangelizar, y la gente prefirió convertirse en trabajadores sociales. Yo, desde el principio, empecé a decir misa y a hablar de Dios con ellos. ¿Que si me escuchan? Toma, pero como locos. Van a misa voluntariamente, y van, claro que van, y comulgan muchos con lágrimas, que te quedas impresionado. ¡Si son los pobres de Dios!»
A la hora de recordar a algún preso que le haya marcado especialmente, no lo duda y habla de la Pepi: «Es la primera que vi ahorcada, en Yeserías. Cuando llegué esa mañana a la cárcel, las presas estaban dando patadas a las puertas, porque sabían que se había ahorcado. Aquella chiquilla pesaría 30 kilos, comida por el sida, por la droga, desdentada, ladrona, prostituta para poder drogarse... Todos los pecados del mundo, veniales y mortales, los tenía la pobrecilla. Yo la quería con el alma. Nada más enterarme de eso, misa. Vino toda la cárcel a misa, y recuerdo perfectamente que sentí una moción interior de Dios: Es verdad, está conmigo, díselo a la gente, que está conmigo; nadie la quería, me la he traído yo conmigo».