domingo, 15 de junio de 2008

EL PRESIDENTE BUSH








Juan Manuel de Prada publica en el ABC del 14 de Junio de 2008 el siguiente

artículo, sobre la posible conversión del Presidente Bush al catolicismo

EL ÁNGULO OSCURO

¿BUSH CONVERSO?

A nadie mínimamente interesado por.las cuestio­nes de nuestro tiempo le habrá pasado inadverti­do el cambio operado en el presidente Bush. Ya no exhibe los rasgos de prepotencia de antaño, sus alocucio­nes no incluyen tampoco aquellas cláusulas amenazan­tes o directamente paranoicas que caracterizaron los años de hierro de su mandato. Su temperamento parece haberse dulcificado; y, en alguna de sus últimas compare­cencias, ha logrado incluso que riéramos con sus agudezas (esto es lo que más desconcierto nos pro­voca, pues Bush siempre se había caracterizado más bien por hacernos reír con sus simplezas). Los llamados «analistas internacionales», poco atentos a las cuestiones del espíritu, no se han pre­ocupado de indagar estos síntomas de transforma­ción; o, si lo han hecho, los han despachado con dis­plicencia, como si fueran consecuencia lógica de su nueva condición de presidente con plazo de ca­ducidad, o de «pato cojo» (creo que así se dice en la jerga política americana) que se tropieza con el escollo de un poder legislativo empeñado en obstaculizar sus inicia­tivas. Con unos índices de popularidad siempre decrecien­tes y el estigma de una guerra como la de Irak persiguién­dolo, podría explicarse esta metamorfosis de Bush como una suerte de paulatino desvanecimiento, la «lenta dis­gregación en el olvido» de quien durante años fue el hom­bre más poderoso y odiado del planeta y a quien ya sólo resta hacer mutis por el foro, o por el negro escotillón que conduce al infierno. Salvo que...

Algunos periódicos italianos lo han resaltado. La visi­ta que Bush hizo ayer a Benedicto XVI no siguió las con­venciones protocolarias que rigen las visitas de los jefes de Estado a la Santa Sede. Bush no fue recibido por el Papa en el Palacio Apostólico, sino en un lugar mucho más reco­leto, una torre medieval que se halla en el interior de la Santa Sede; luego, pasearon juntos por los jardines vatica­nos, hasta llegar a una pequeña gruta donde se custodia una imagen de la Virgen. A nadie que no sea completa­mente lerdo se le escapa que esta infracción del protocolo habitual tiene que significar por necesidad algo; en reali­dad, todo gesto procedente de la Santa Sede significa siempre algo, aunque los ignaros prefieran ignorarlo, como corresponde a su naturaleza cerril.

Podríamos pensar que Benedicto XVI ha querido mostrarse deferente con Bush, por corresponderlo en el recibimiento cariñosísimo que éste le dispensara en su reciente viaje a los Estados Uni­dos. Pero otros mandatarios han dispensado a Benedicto XVI recibimientos calurosos (no así el nuestro, que con­funde la mala educación con el laicismo); y otros viajes apostólicos del Papa se han saldado con igual for­tuna. El sentido de este especial tratamiento que Benedicto XVI ha dispensado al presidente Bush podría admitir otra interpretación muy diversa. ¿Y si Bush se hubiera internado por la misma sen­da que hace algunos años inició Tony Blair?

Nos referimos, claro está, a la senda de la con­versión. Bush es hombre religioso, al parecer uno de esos reborn Christians («cristianos renaci­dos») tan característicos de la espiritualidad evangélica americana: gentes que, tras una juven­tud pre algo, aunque los ignaros prefieran ignorarlo, como co­rresponde entregada a la crápula, abrazan la fe de modo acérri­mo, casi militar; tan acérrimo y militar que, con frecuen­cia, esa fe acaba convirtiéndose en coartada de fanatis­mos de índole ideológica, disfrazados con la piel de corde­ro de la religiosidad.

Se rumorea que Bush podría haber descubierto «esa Belleza tan antigua y tan nueva» de la que nos habla San Agustín, que es la dulce Belleza de la fe católica; y que podría estar empezando a amarla. Bush, el hombre que en su día lanzó la ofensiva militar contra Irak contraviniendo la doctrina de la Iglesia, es también el hombre que durante el tiempo que ha durado su mandato ha mostrado un especial empeño en la protección de la vi­da gestante. Un hombre, pues, lleno de contradicciones, que tal vez descubra que la senda por la que podría estar­se internando es la única que conduce a la verdadera cohe­rencia vital; también la única que lava los pecados. Los de Bush son, sin duda, muchos; pero ese anciano vestido de blanco con el que ha paseado por los jardines vaticanos, depositario de la milenaria Belleza de la fe, puede perdo­nárselos todos. Porque lo que él desata en la tierra queda desatado en el cielo.

www.juanmanueldeprada.com

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