sábado, 5 de septiembre de 2009

Embajador de Cristo 001


Giovanni Papini
SANTANDER 2009

Todos los años, durante el mes de Agosto vamos a Santander.
Su clima y la belleza de toda la Autonomía nos atraen de una forma especial.
Todos los años, en ese mes, mi cuñada Mercedes, deja por los sitios en los que me siento a leer, algo que atraiga mi curiosidad.
Este año, de esta forma he conocido unas Cartas Peruanas, escritas por un jesuita llamado Juan Manuel. No sé más detalles de él. Pero una de esas cartas, descriptiva de su vocación me ha impactado donde cuenta que para la estampa-recordatorio de su ordenación sacerdotal eligió una frase de la Biblia: en la segunda carta de San Pablo a los Corintios, 5.20, dice:

“Somos embajadores de Cristo”

La carta de este jesuita me impulsa a ser embajador de Cristo, intentando transmitir la más hermosa imagen de Jesús y he estado pesando cómo hacerlo:
A través de mi blog
http://testimoniosdelafeebz.blogspot.com

transcribiendo diariamente alguna página de la Historia de Cristo de Giovanni Papini, que, a mi juicio, describe una bonita historia de la vida de Jesús.

Tengo ante mí el tomito, de 593 páginas. Las 5 primeras son una “Advertencia de los Editores”. Las siguientes 24, hasta la 35 inclusive constituyen “El autor al que leyere”.

Si algún lector desea tener esas páginas primeras puede pedírmelas y con mucho gusto le enviaré

una copia.


A partir de la página 39 comienza la

HISTORIA DE CRISTO
de Giovanni Papini

EL ESTABLO
Jesús nació en un establo.
Un establo, un verdadero establo, no es el alegre pórtico ligero que los pintores cristianos han edifica­do al Hijo de David, como avergonzados de que su Dios hubiese nacido en la miseria y la suciedad. Y no es tampoco el pesebre de yeso que la fantasía confite­ril de los imagineros ha ideado en los tiempos mo­dernos: el pesebre limpio y amable, gracioso de color, con la pesebrera linda y bien dispuesta, el borriquillo estático, y el compungido buey y los ángeles sobre el techo con el festón volandero y los muñequitos de los reyes con sus mantos y los pastores, con sus capuchas, de rodillas a los dos lados del zaguán. Este pue­de ser un sueño de los novicios, un lujo de los párrocos, un juguete de los niños, el "vaticinado albergue" de Alessandro Manzoni; pero no es, en verdad, el Es­tablo donde nació Jesús.
Un Establo, un Establo real, es la casa de los ani­males, la prisión de los animales que trabajan para el hombre. El antiguo, el pobre establo de los países an­tiguos, de los países pobres, del país de Jesús, no es

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el pórtico con pilastras y capiteles, ni la científica ca­balleriza de los ricos de hoy día o la cabaña elegan­te de las vísperas de Navidad. El Establo no es más que cuatro paredes rústicas, un empedrado sucio, un techo de vigas y lanchas. El verdadero Establo es obs­curo, descuidado, maloliente: no hay limpio en él más que la pesebrera donde el amo prepara el heno y los piensos.
Los prados de primavera, frescos en las mañanas serenas, ondeantes al viento, húmedos, olorosos, han sido segados; cortadas con el hierro las hierbas ver­des; los altos follajes finos, arrancados juntamente; las bellas flores, abiertas: blancas, rojas, amarillas, celes­tes. Todo se ha marchitado y, seco ya, toma el color pálido y único del heno. Los bueyes han llevado a casa los muertos despojos de mayo y de junio.
Ahora, aquellas hierbas y flores, aquellas hierbas áridas, aquellas flores que siempre huelen, están en la pesebrera para el hambre de los Esclavos del Hom­bre. Los animales las toman despacio, con sus gran­des labios negros, y más tarde el prado florido vuelve a la luz, sobre la paja que sirve de lecho, trocado en húmedo estiércol.
Este es el verdadero Establo donde nació Jesús. El lugar más sucio del mundo fué la primera habitación del más puro entre los nacidos de mujer. El Hijo del Hombre, que debía ser devorado por las Bestias que se llaman Hombres, tuvo como primera cuna el pese­bre donde los Brutos rumian las flores milagrosas de
la Primavera.
No nació Jesús en un Establo por casualidad. ¿No
es el mundo un inmenso Establo donde los hombres


HISTORIA DE CRISTO 41

engullera y estercolizan? ¿No cambian, por infernal al­quimia, las cosas más bellas, más puras, más divinas en excrementos? Luego se tumban sobre los montones de estiércol, y llaman a eso "gozar de la vida".
Sobre la tierra, porqueriza precaria donde todos los hermoseamientos y perfumes no pueden ocultar el es­tiércol, apareció una noche Jesús, dado a luz por una Virgen sin mancha, armado solamente de su Inocencia.
Los primeros que adoraron a Jesús fueron animales y no hombres.
Entre los hombres buscaba a los sencillos; entre los sencillos, a los niños; más sencillos que los niños, más mansos, le acogieron los animales domésticos. Aunque humildes, aunque siervos de seres más débiles y fero­ces que ellos, el Asno y el Buey habían visto a las multitudes arrodillarse ante ellos. El pueblo de Jesús, el pueblo de Jehová, el pueblo santo que Jehová ha­bía libertado de la servidumbre de Egipto, el pueblo a quien el pastor había dejado solo en el desierto para subir él a hablar con el Eterno, había forzado a Aarón a hacerle un Buey de Oro para adorarlo.
El Asno estaba consagrado en Grecia a Ares, a Dio­nisio, a Apolo Hiperbóreo. La Burra de Balaam ha­bía salvado con sus palabras al profeta, más sabia que el sabio. Ocos, rey de Persia, colocó' un Asno en el templo de Ftah e hizo que se le adorara.
Pocos años antes de que naciera Cristo, Octavia­no, descendiendo hacia su flota, la víspera de la ba­talla de Azio, encontró a un amero con su borriquillo. El animal se llamaba Nicón (el Victorioso), y, des­pués de la batalla, el Emperador hizo levantar un asno de bronce en el templo que recordase la victoria.

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