Hoy vamos a añadir las páginas 49, 50 y 51 de la Historia de Cristo, de Giovanni Papini.
HISTORIA DE CRISTO Página 49
HERODES EL GRANDE
Herodes era un monstruo, uno de los más pérfidos monstruos salidos de los tórridos desiertos de Oriente, que ya habían engendrado más de uno, horribles a la vista.
No era Hebreo, no era Griego, no era Romano. Era Idumeo: un bárbaro que se arrastraba ante Roma y halagaba a los Griegos para asegurarse mejor el dominio sobre los Hebreos. Hijo de un traidor, había usurpado el reino a sus señores, a los últimos desgraciados Asmoneos. Para legitimar su traición se casó con una sobrina suya, Mariamna, a la que después, por injustas sospechas, mató. No era su primer delito. Antes había mandado ahogar a traición a su cuñado Aristóbulo, había condenado a muerte a otro cuñado suyo, José, y a Arcano II, último reinante de la dinastía vencida. No contento con haber hecho morir a Mariamna, mandó matar también a Alejandra, madre de ésta, e incluso a los pequeñuelos de Baba, únicamente por ser parientes lejanos de los Asmoneos. Entre tanto se divertía con mandar quemar vivos a Judas de Sarifeo y Matías de Margaloth, juntamente con otros jefes fariseos. Más tarde, temiendo que los hijos habidos de Mariamna quisieran vengar a su madre, los mandó estrangular; próximo a morir, dió orden de matar también a un tercer hijo, Arquelao.
Lujurioso, desconfiado, impío, ávido de oro y gloria, no tuvo nunca paz ni en su casa, ni en Judea, ni consigo mismo. Con el fin de que olvidasen sus asesinatos, hizo al pueblo de Roma un donativo de trescientos talentos para que se gastasen en fiestas.
Página 50 CIOVANNI PAPINI
Se humilló ante Augusto para que le guardase las espaldas en sus infamias, y al morir le dejó diez millones de dracmas y, además, una nave de oro y otra de plata para Livia.
Este soldadote advenedizo, este Arabe mal desbastado pretendió ganar y conciliar a Helenos y Hebreos: consiguió comprar a los degenerados descendientes de Sócrates, que llegaron hasta a levantarle una estatua en Atenas; pero los Hebreos le odiaron hasta su muerte. Inútilmente reedificó Samaria y restauró el Templo de Jerusalén; para ellos era siempre él pagano y el usurpador.
Tremebundo como los malhechores viejos y los príncipes nuevos, el murmullo de una hoja, el temblor de una sombra, le estremecían. Supersticioso como todos los orientales, crédulo en presagios y agüeros, pudo fácilmente creer en los Tres que venían de los confines de la Caldea conducidos por una estrella hacia el país por él robado con el fraude. Cualquier pretendiente, por fantástico que fuese, le hacía temblar. Y cuando supo por los Magos que un rey de Judea había nacido, su corazón de bárbaro intranquilo se sobresaltó. Viendo que no volvían los Astrólogos a mostrarle dónde había aparecido el nuevo nieto de -David, ordenó que fuesen muertos todos los niños de Belén. Flavio Josefo calla esta última hazaña del Rey; mas, quien había hecho matar a sus propios hijos, ¿no. era capaz de suprimir a los que él no había engendrado?
Nadie supo nunca cuántos fueron los niños sacri- ficados al miedo de Herodes. No era la primera vez que en Judea eran pasados a cuchillo los niños al pecho de sus madres; el mismo pueblo hebreo
HISTORIA DE CRISTO Página 51
había castigado en tiempos antiguos a las ciudades enemigas con la matanza de los viejos, de las esposas, de los jóvenes y de los niños; no conservaba más que las vírgenes para hacerlas sus esclavas y concubinas. Ahora el Idumeo aplicaba la ley del Talión al pueblo que la había practicado.
No sabemos cuántos serían los inocentes; pero sabemos—si Macrobio merece fe—que entre ellos hubo un hijo pequeño de Herodes que estaba criándose en Belén. Para el viejo monarca, uxoricida y parricida, quién sabe si no fué esta una venganza; quién sabe si sufrió siquiera cuando le llevaron la noticia del error. Poco después él mismo abandonó la vida asaltado por males asquerosos. Vivo aún, corrompíasele el cuerpo; los gusanos le roían sus miembros; tenía los pies hinchados; faltábale el aliento; hedíale la boca insoportablemente. Repugnante a sí mismo, intentó matarse en la mesa con un cuchillo, y por fin murió, después de haber ordenado a Salomé que mandase matar a muchos jóvenes que estaban encerrados en las prisiones.
La Degollación de los Inocentes fué la última hazaña del hediondo y sanguinario viejo. Esta inmolación de Inocentes en torno de la cuna de un Inocente; este holocausto de sangre por un recién nacido que ofrecerá su sangre por el perdón de los culpables; este sacrificio humano por aquel que a su vez será sacrificado, tiene un sentido profético. Miles y miles de inocentes han de morir después de su muerte sin más delito que el de haber creído en su Resurrección: nace para morir por los demás, y he aquí que mueren por él miles de nacidos, como para pagar su nacimiento.
Hay un tremendo misterio en esta ofrenda sangrien‑
No hay comentarios:
Publicar un comentario