viernes, 25 de septiembre de 2009

Embajador de Cristo 011

Traemos hoy las páginas 62, 63, 64 y 65 de la Historia de
Cristo de Giovanni Papini. En ellas se describe de manera
deliciosa las relaciones de amor de un padre a su hijo y de
un hijo a su padre.

Página 62 GIOVANNI PAPINI

Sultán que quiere ser servido por sátrapas de alto li­naje y está atento a que sus siervos, respeten hasta en lo más mínimo la rigurosa etiqueta ritual de la regia curia.

Cristo sabía, como Hijo, que Dios es Padre, Padre de todos los hombres, y no sólo del pueblo de Abraham.

El amor del esposo es fuerte, pero carnal y celoso; el del hermano está frecuentemente envenenado por la envidia; el del hijo, manchado tal vez de rebelión; el del amigo está manchado de engaño; el del amo, henchido de orgullosa condescendencia. Pero el amor del padre a los hijos es el perfecto Amor, el puro, des­interesado Amor. El padre hace por el hijo lo que no haría por ningún otro. El hijo es obra suya, carne de su carne, hueso de sus huesos; es una parte suya que ha crecido a su lado día tras día; es una continuación, un perfeccionamiento, un complemento de su ser; el viejo revive en el joven; lo pasado se mira en lo futu­ro; quien ha vivido se sacrifica por quien debe vivir; el padre vive para el hijo, se complace en el hijo, en el hijo se contempla y exalta. Cuando dice criatura, piensa en sí creador; aquel hijo le ha nacido en un momento de voluptuosidad, entre los brazos de la mujer escogida entre todas las mujeres; le ha nacido del dolor divino de esta mujer; le ha costado después lágrimas y sudores; le ha visto crecer entre sus pies, a su lado; le ha calentado las manecitas frías entre las suyas; ha oído su primera palabra---eterno milagro siempre nuevo---; ha visto sus primeros pasos vacilantes sobre el pavimento de su casa; ha visto poco a poco, en aquel cuerpo formado por él, florecido bajo sus ojos, brillar, manifestarse un alma—una nueva

HISTORIA DE CRISTO Página 63

alma, tesoro único que con nada se compra—; ha sor­prendido en su rostro cómo se repetían poco a poco las facciones propias y, juntamente, las de su esposa, las de la mujer con la cual sólo en aquel fruto común se hace un mismo ser sin más división de cuerpos—la pareja que quisiera en el amor ser un solo cuerpo y so­lamente lo consigue en el hijo—; y ante aquel nuevo ser, obra, suya, se siente creador, benéfico, poderoso, feliz. Porque el hijo lo espera todo del padre, y mien­tras es pequeño sólo tiene fe en el padre y únicamente está seguro junto al padre. El padre sabe que debe vivir para él, sufrir por él, trabajar para él. El padre es como un dios terrestre para el hijo, y el hijo es casi un dios para el padre.

En el Amor del padre no hay huella de los cum­plidos y de la costumbre del Hermano, del cálculo y de la emulación del Amigo, del lascivo deseo del Amante, del fingido afecto del Servidor. El Amor del padre es, en lo humano, el más puro Amor, el solo Amor, verdaderamente Amor, el único que se puede llamar Amor; libre de toda mixtura de elementos ex­traños a su esencia, que es la felicidad de sacrificarse por la felicidad ajena.

Esta idea de la paternidad debidamente aplicada a Dios—que es una de las grandes novedades del Evan­gelio de Cristo—; esta idea profundamente confortadora de que Dios es Padre y nos ama como un padre ama a sus hijos y no como un Rey a sus Esclavos, y da a todos sus hijos el pan de cada día, y acoge pla­centero incluso a los que pecaron cuando vuelven a apoyar la cabeza sobre su pecho; esta idea que cierra la épica de la Antigua Alianza y señala el principio de la Nueva Alianza, la ha visto

Página 64 GIOVANNI PAPINI

Jesús en la Naturaleza misma. Como Hijo de Dios y una sola esencia con el Padre, siempre había tenido conciencia de esa pater­nidad, apenas entrevista por los profetas más lumi­nosos; pero ahora, participando de todas las expe­riencias humanas, la ve reflejada y como revelada en, ,el universo, y empleará las más bellas imágenes del mundo natural para transmitir a los hombres, el pri­mero de sus faustos mensajes.

Jesús, como todos los grandes espíritus, amaba el Campo. El Pecador que quiere purificarse, el Santo que quiere orar, el Poeta que quiere crear, se refu­gian en las montañas, a la sombra de los árboles, al rumor de las aguas, en medio de los prados que per­fuman el cielo o en los arenales desiertos abrasados por el sol. Jesús ha tomado su lenguaje del Campo. Casi nunca emplea palabras doctas, conceptos abs­tractos, términos incoloros y generales.

Sus discursos estarán engalanados con los colores, saturados de los olores de los campos y de los

huertos, .animados por las figuras de los animales familiares. Ha visto en su Galilea el higo que engorda y madura bajo las gran­des hojas obscuras, ha visto verdear los pámpanos sobre los secos sarmientos de las vides y pender de los sarmientos los racimos rubios y morados para ale­gría de los vendimiadores; ha visto elevarse, de la in­visible semilla, la mostaza rica de ramas ligeras; ha oído por la noche el murmullo lamentoso de la caña batida por el viento a lo largo de los arroyos; ha visto sepultar bajo la tierra el grano que resurgirá en forma de colmada espiga; ha visto, al llegar la primavera, los hermosos lirios rojos, amarillos y morados en medio del tímido verde del trigo, ha vis-

HISTORIA DE CRISTO Página 65

to el césped de hierba fresca que hoy se ostenta magnífica, y mañana, ya seca, arderá en el horno.

Ha visto las bestias pa­cificas y las bestias malas; la paloma que arrulla de amor sobre el techo, un tanto envanecida de su cuello esplendoroso; las águilas, que se precipitan con las amplias alas desplegadas sobre la presa; los pájaros del aire, que no pueden caer como los emperadores, si Dios no quiere; los cuervos que descarnan con el pico hiriente la carroña; la gallina amorosa que llama a los polluelos bajo sus alas, apenas el cielo se enne­grece y truena; la zorra traidora que, después de ha­ber hecho estragos, se esconde en la oscuridad de su guarida; los perros que husmean bajo la mesa del amo para engullir los desperdicios y huesecillos que caen al suelo.

Y ha visto deslizarse a la serpiente entre la hierba oscura y a la víbora esconderse entre las piedras mal unidas de las tumbas.

Nacido entre Pastores. y para ser Pastor de hom­bres, ha contemplado y amado a las ovejas; las ove­jas madres que buscan al cordero perdido, a los corde­ros que lloran, débiles, tras de sus madres; que maman casi escondidos bajo el lanoso vientre materno; las ovejas que triscan por los pastos áridos y calientes de sus colinas. Ha amado con igual amor el grano que apenas si se ve sobre la palma de la mano y la vieja higuera que cobija a su sombra toda la casa del po­bre; a los pájaros del aire, que no siembran ni cose­chan, y a los peces, que platean las mallas de la red y saciarán a sus fieles. Y, levantando los ojos, en las tardes sofocantes en que se engendra la borrasca, ha visto el relámpago que rasga el Oriente y


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