Hoy traemos aquí las páginas 52 y 53 de la Historia de Cristo de
Giovanni Papini.
Página 52 GIOVANNI PAPINI
ofenda sangrienta de los puros, en este diezmo de coetáneos. Pertenecían a la generación que lo había de traicionar y crucificar. Pero los que fueron degollados por los soldados de Herodes este día no lo vieron, no llegaron a ver matar a su Señor. Lo libraron con su muerte y se salvaron para siempre. Eran Inocentes y han quedado Inocentes para siempre.
Apenas se hunden en la obscuridad las casas de Belén y se encienden las primeras luces, la Madre sale a escondidas, como una fugitiva, como una perseguida, como si fuese a robar. Y roba una vida al Rey; salva una esperanza al Pueblo; estrecha contra su pecho a su Hijo, su riqueza, su dolor.
Se dirige hacia Occidente; atraviesa la antigua tierra de Canaán y llega en cortas jornadas—los días son breves—a la vista del Nilo, en aquellas tierras de Mitsraim, que tantas lágrimas había costado a sus padres catorce siglos antes.
Jesucristo, continuador de Moisés, pero también en cierta forma anti-Moísés, rehace, en sentido inverso, el camino del primer Libertador. Los Hebreos habían estado bajo el látigo de los Egipcios; esclavos mal alimentados, tolerados a duras penas, vejados. El Pastor de Madián se convirtió en Pastor de Israel y condujo a través del desierto la gente de dura cerviz, hasta dar vista al Jordán y las viñas maravillosas. El pueblo de Jesús había partido con Abraham de Caldea y con José había llegado a Egipto; Moisés lo había devuelto de Egipto hacia Canaán; ahora, el mayor de los Libertadores volvía, amenazado, hacia las orillas de aquel río donde Moisés había sido salvado de las aguas y había salvado a sus hermanos.
HISTORIA DE CRISTO Página 53
Egipto, tierra de todas las infamias y magnificencias de las primeras épocas; India africana donde las ondas de la historia iban a deshacerse en la muerte - Pompeyo y Antonio habían terminado pocos años hacía, sobre sus playas, el sueño del imperio y la vida - ; este país prodigioso, engendrado del agua, quemado por el sol, regado por tantas sangres de pueblos diversos, entregado al culto de dioses en forma de bestias; este país absurdo y extraordinario era, por razón de contraste, el asilo predestinado al fugitivo.
La riqueza de Egipto estaba en el fango, en el fértil limo que el Nilo vertía todos los años sobre el de- sierto juntamente con los reptiles; el pensamiento fijo de Egipto era la muerte; el pingüe pueblo de Egipto no quería la muerte, negaba la muerte, pensaba vencer a la muerte con las simulaciones de la materia, con los embalsamamientos, con los retratos de piedra conformes a los cuerpos de carne que esculpían sus estatuarios. El rico, el pingüe egipcio, el hijo del barro, el adorador del buey y del cinocéfalo no quería morir. Fabricaba para la segunda vida las inmensas necrópolis, llenas de momias fajadas y perfumadas, de imágenes de madera y de mármol, y levantaba pirámides sobre los cadáveres para que el montón de piedra los salvaguardase de la consunción.
Jesús, cuando pueda hablar, pronunciará la sentencia contra Egipto; el Egipto que no está únicamente en las orillas del Nilo; el Egipto que no ha desaparecido todavía de la haz de la tierra con sus reyes, sus halcones, sus serpientes. Cristo dará la respuesta definitiva y eterna al terror de los egipcios. Enseñará la vanidad de la riqueza que viene del barro y barro se vuelve, y condenará to -
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