sábado, 12 de septiembre de 2009

Embajador de Cristo 007



Bajamos las pàginas 54 y 55 de la Historia de Cristo de Giovanni Papini.


Página 54 GIOVANNI PAPINI


condenará todos los fetiches de los ventrudos ribere­ños del Nilo y vencerá a la muerte sin cajas esculpir das, sin cámaras mortuorias, sin estatuas de granito y basalto, enseñando que el pecado es más voraz que los gusanos, y que la pureza del espíritu es el único aroma que preserva de la corrupción.


Los adoradores del Fango y del Animal, los servi­dores de la riqueza y de la Bestia no podrán salvarse. Sus sepulcros, aunque sean altos como montañas, ador­nados con gineceos de reina, blancos y limpios por de fuera como los de los fariseos, no conservarán más que cenizas: cieno que cambia de sitio como la ca­rroña de los animales.


No se triunfa de la muerte copiando la vida en la madera y la piedra: la piedra se deshace y convierte en polvo; la madera se pudre y convierte en polvo, y las dos son fango, perpetuo fango.


EL PERDIDO, HALLADO


El destierro en Egipto fué breve. Jesús fué llevado de nuevo, en brazos de su madre, mecido durante el largo camino por el paso paciente de la cabalgadura, a la casa paterna de Nazareth, pobre casa y taller donde el martillo golpeaba y la lima chirriaba hasta la caída del sol.


Los Evangelistas canónicos no dan noticia de estos años; los apócrifos dan, quizá, demasiadas; pero casi difamatorias.


Lucas, sabio médico, se contenta con escribir que "el niño crecía y se robustecía". Muchacho sano,


HISTORIA DE CRISTO Página 55


arrollado regularmente y portador de salud como de­bía ser el que había de dar a los demás la salud con sólo tocarlos con la mano.


Todos los años, cuenta Lucas, los parientes de Je­sús iban a Jerusalén para la Fiesta del Pan sin Leva­dura, recuerdo de la salida de Egipto. Iban muchos vecinos, amigos, familiares, para hacer el viaje juntos y engañar mejor la largura y el tedio del camino. Iban contentos, más como si fueran a una fiesta que a la so­lemnidad conmemorativa de un sufrimiento, porque la Pascua se había convertido en Jerusalén en una in­mensa romería, en una gran reunión de todos los ju­díos dispersos en el Imperio.


Doce Pascuas habían pasado desde el nacimiento de Jesús. Aquel año, luego que la caravana de Naza­reth hubo salido de la ciudad santa, se dio cuenta María de que el niño no iba con ellos. Lo buscó todo el día, preguntando a cuantos conocidos hallaba si le habían visto. Pero nadie sabía nada. A la mañana si­guiente volvióse atrás la madre, deshizo el camino an­dado, anduvo por calles y plazas de Jerusalén, cla­vando los negros ojos en cada muchacho con quien topaba, interrogando a las madres en los umbrales de las casas, pidiendo a los aldeanos que aún no habían partido que la ayudasen a buscar al desaparecido.. Una madre que ha perdido a su hijo no descansa hasta que lo encuentra, no piensa en si misma, no siente el can­sancio, ni el sudor, ni el hambre; no sacude el polvo de su vestido, no se arregla los cabellos, no para mien­tes en la curiosidad de los extraños. Sus ojos, desen­cajados, no ven más que la imagen de aquel que ya no está a su lado.


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