Giovanni Papini
Hoy vamos a añadir las páginas 46, 47 y 48 de la Historia de Cristo, de Giovanni Papini:
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de Oriente hace acto de sumisión al nuevo Señor, que enviará a sus anunciadores hacia Occidente; los Sabios se arrodillan ante aquel que someterá la Ciencia de las palabras y de los números a la nueva Sabiduría del Amor.
Los Magos en Belén significan las viejas teologías que reconocen la definitiva revelación, la Ciencia que se humilla ante la Inocencia, la Riqueza que se postra a los pies de la Pobreza.
Ofrecen a Jesús el oro que Jesús pisoteará; no le ofrecen porque María, pobre, pueda necesitarlo para el viaje, sino por obedecer por adelantado a los consejos del Evangelio: vende lo que posees y dáselo a los pobres. No ofrecen el incienso para vencer el hedor del Establo, sino porque sus liturgias van a acabar y ya no tendrán necesidad de humos y perfumes para sus altares. Ofrecen la mirra que sirve para embalsamar a los muertos porque saben que aquel niño morirá joven, y su madre, que ahora sonríe, habrá menester aromas con que embalsamar el cadáver.
Arrodillados, envueltos "en los suntuosos mantos reales y sacerdotales, sobre la paja del estiércol, ellos, los poderosos, los doctos, los adivinos, se ofrecen a sí mismos en prenda de la obediencia del mundo.
Jesús ha obtenido ya las primeras investiduras a que tenía derecho. Apenas se parten los Magos empiezan las persecuciones de los que le odiarán hasta la muerte.
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OCTAVIAN
Cuando Cristo apareció entre los hombres, los cri- minales reinaban, obedecidos, sobre la tierra. Nacía sujeto a dos señores: el uno, más fuerte y lejano, en Roma; el otro, más infame y próximo, en Judea. Una canalla aventurera y afortunada había arrebatado, a costa de estragos, el Imperio; otra canalla aventurera y,afortunada había arrebatado, a costa de estragos, el reino de David y de Salomón.
Ambos habían ascendido por caminos perversos e ilegítimos: a través de guerras civiles, traiciones, crueldades y matanzas. Habían nacido para entenderse; eran, de hecho, todo lo amigos y cómplices que lo permitía el vasallaje del criminal subalterno para con el criminal principal.
El hijo del usurero de Velletri, Octaviano, habíase mostrado cobarde en la guerra, vengativo en las victorias, traidor en las amistades, cruel en las represalias. A un condenado que le pedía por lo menos sepultura, le respondió: Eso es cosa de los buitres. A los Perusinos destrozados que pedían gracia, les gritaba: Moriendum esse! Al pretor Q. Gallio, por una simple sospecha quiso arrancarle los ojos por sí mismo antes de que lo degollasen. Obtenido el Imperio, extenuados y dispersos los enemigos, conseguidas todas las magistraturas y potestades, habíase puesto la máscara de la mansedumbre y no le quedaba de los vicios juveniles más que la liviandad. Se contaba que de joven había vendido su virginidad por dos veces: la primera vez a César; la segunda, en España, a Irzio, por trescientos mil sextercios. A la sazón se
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divertía con sus muchos divorcios, con las, nuevas nupcias con mujeres que arrebataba a los enemigos, con adulterios casi públicos y con representar la comedia del restaurador del pudor.
Este hombre, contrahecho y enfermizo, era el amo de Occidente cuando nació Jesús, y no supo nunca que había nacido quien había de disolver lo que él había fundado. A él le bastaba la fácil filosofía del rechoncho y plagiario Horacio: "Gocemos hoy del vino y del amor; la muerte sin esperanza nos espera; no perdamos un día." En vano el celta Virgilio, el hombre del campo, el amigo de las sombras, de los plácidos bueyes, de las abejas doradas, el que había descendido con Eneas a contemplar a los, condenados del Averno y desahogaba su inquieta melancolía con la música de la palabra; en vano Virgilio, el amoroso, el tierno Virgilio, había anunciado una nueva edad, un orden nuevo, una nueva raza, un Reino de los Cielos, descolorido, es verdad, e inferior al que anunciará Jesús, pero mucho más noble y puro que el Reino del Infierno que estaba preparándose. En vano, porque Augusto había visto en aquellas palabras una fantasía pastoril y había creído tal vez él, el corrompido señor de corrompidos, ser el Salvador anunciado, el restaurador del Reino de Saturno.
Presentimiento del nacimiento de Jesús, del verdadero Rey que venía a suplantar a los Reyes del Mal, lo tuvo, tal vez antes de morir, el gran cliente oriental de Augusto, su vasallo de Judea, Herodes el Grande.
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