martes, 8 de septiembre de 2009

Embajador de Cristo 004


Giovanni Papini

Hoy vamos a añadir las páginas 46, 47 y 48 de la Historia de Cristo, de Giovanni Papini:


Página 46 GIOVANNI PAPINI


de Oriente hace acto de sumisión al nuevo Señor, que enviará a sus anunciadores hacia Occidente; los Sabios se arrodi­llan ante aquel que someterá la Ciencia de las pala­bras y de los números a la nueva Sabiduría del Amor.

Los Magos en Belén significan las viejas teologías que reconocen la definitiva revelación, la Ciencia que se humilla ante la Inocencia, la Riqueza que se pos­tra a los pies de la Pobreza.

Ofrecen a Jesús el oro que Jesús pisoteará; no le ofrecen porque María, pobre, pueda necesitarlo para el viaje, sino por obedecer por adelantado a los con­sejos del Evangelio: vende lo que posees y dáselo a los pobres. No ofrecen el incienso para vencer el he­dor del Establo, sino porque sus liturgias van a aca­bar y ya no tendrán necesidad de humos y perfumes para sus altares. Ofrecen la mirra que sirve para em­balsamar a los muertos porque saben que aquel niño morirá joven, y su madre, que ahora sonríe, habrá me­nester aromas con que embalsamar el cadáver.

Arrodillados, envueltos "en los suntuosos mantos rea­les y sacerdotales, sobre la paja del estiércol, ellos, los poderosos, los doctos, los adivinos, se ofrecen a sí mismos en prenda de la obediencia del mundo.

Jesús ha obtenido ya las primeras investiduras a que tenía derecho. Apenas se parten los Magos em­piezan las persecuciones de los que le odiarán hasta la muerte.


HISTORIA PE CRISTO Página 47


OCTAVIAN


Cuando Cristo apareció entre los hombres, los cri- minales reinaban, obedecidos, sobre la tierra. Nacía sujeto a dos señores: el uno, más fuerte y lejano, en Roma; el otro, más infame y próximo, en Judea. Una canalla aventurera y afortunada había arrebatado, a costa de estragos, el Imperio; otra canalla aventurera y,afortunada había arrebatado, a costa de estragos, el reino de David y de Salomón.

Ambos habían ascendido por caminos perversos e ilegítimos: a través de guerras civiles, traiciones, cruel­dades y matanzas. Habían nacido para entenderse; eran, de hecho, todo lo amigos y cómplices que lo permitía el vasallaje del criminal subalterno para con el criminal principal.

El hijo del usurero de Velletri, Octaviano, habíase mostrado cobarde en la guerra, vengativo en las vic­torias, traidor en las amistades, cruel en las represa­lias. A un condenado que le pedía por lo menos se­pultura, le respondió: Eso es cosa de los buitres. A los Perusinos destrozados que pedían gracia, les gritaba: Moriendum esse! Al pretor Q. Gallio, por una simple sospecha quiso arrancarle los ojos por sí mismo antes de que lo degollasen. Obtenido el Imperio, extenuados y dispersos los enemigos, conseguidas todas las ma­gistraturas y potestades, habíase puesto la máscara de la mansedumbre y no le quedaba de los vicios juve­niles más que la liviandad. Se contaba que de joven había vendido su virginidad por dos veces: la primera vez a César; la segunda, en España, a Irzio, por trescientos mil sextercios. A la sazón se


Página 48 GIOVANNI PAPINI


divertía con sus muchos divorcios, con las, nuevas nupcias con mujeres que arrebataba a los enemigos, con adulterios casi pú­blicos y con representar la comedia del restaurador del pudor.

Este hombre, contrahecho y enfermizo, era el amo de Occidente cuando nació Jesús, y no supo nunca que había nacido quien había de disolver lo que él había fundado. A él le bastaba la fácil filosofía del rechoncho y plagiario Horacio: "Gocemos hoy del vino y del amor; la muerte sin esperanza nos espera; no perda­mos un día." En vano el celta Virgilio, el hombre del campo, el amigo de las sombras, de los plácidos bue­yes, de las abejas doradas, el que había descendido con Eneas a contemplar a los, condenados del Aver­no y desahogaba su inquieta melancolía con la música de la palabra; en vano Virgilio, el amoroso, el tierno Virgilio, había anunciado una nueva edad, un orden nuevo, una nueva raza, un Reino de los Cielos, des­colorido, es verdad, e inferior al que anunciará Jesús, pero mucho más noble y puro que el Reino del In­fierno que estaba preparándose. En vano, porque Au­gusto había visto en aquellas palabras una fantasía pas­toril y había creído tal vez él, el corrompido señor de corrompidos, ser el Salvador anunciado, el restau­rador del Reino de Saturno.

Presentimiento del nacimiento de Jesús, del verda­dero Rey que venía a suplantar a los Reyes del Mal, lo tuvo, tal vez antes de morir, el gran cliente oriental de Augusto, su vasallo de Judea, Herodes el Grande.


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